Son las 7:30h de la
mañana de un lunes cualquiera. El día ha amanecido frío, indicando que el otoño
ha hecho al fin su presencia. Las calles, aún con las luces de la ciudad
encendidas luchando contra la persistente oscuridad, comienzan a cobrar vida. Una figura aparece a
lo lejos. Camina cabizbajo y despacio, arrastrando los pies, como si sobre sus
hombros llevara una inmensa carga que no le permite moverse con la agilidad que
solía mostrar antaño. Los últimos tiempos han sido muy difíciles. La empresa que
fundara su padre hace ya más de 40 años no va bien. Apenas ingresa lo
suficiente como para pagar a los cuatro empleados que la empresa mantiene de
los doce que llegaron a ser en los buenos tiempos. Por su cabeza desfilan las
caras de aquellos que poco a poco tuvo que dejar marchar en un desesperado
intento por salvar lo que aún queda. La incertidumbre de lo que pasará le
acosa, haciendo que noche tras noche el dulce sueño reparador del que solía
disfrutar no hace tanto tiempo esquive su puerta. Si no cambia nada en los
próximos seis meses, tendrá que decir adiós a otra de las familiares caras que
le han acompañado en su fracaso de los últimos tiempos.
Con un suspiro cansado,
abre la puerta del bar de siempre. Ese bar de toda la vida que hasta hace un
par de años bullía de actividad, esa mañana presenta una estampa bien distinta.
Casi en completo silencio y con la desesperanza pintada en sus rostros, otros
dos madrugadores como él se sientan en una mesa frente a la ventana. Con aire
ausente, nuestro hombre se dirige a su sitio habitual, ese taburete al final de
la barra del bar en el que todas las mañanas toma su café. Levanta la mano en
un saludo amistoso al camarero, que sin más dilación, se dirige hacia la
máquina para ponerle lo mismo de siempre.
Mientas hipnotizado ve
cómo su café da vueltas en la taza, otros dos hombres entran en el bar.
Trajeados y con pelo engominado, se ríen mientras se palmean la espalda, una
estampa que contrasta con la sombría atmósfera que reinaba hasta el momento en
el local. Levanta su vista, y de inmediato reconoce a las dos nuevas figuras:
el director de su banco y otro empresario conocido. Con sorpresa y cierta envidia,
escucha que en pocos minutos ese empresario firmará con el banco una nueva
línea de crédito. Ese crédito que su empresa tanto necesita para sobrevivir, y
que ese mismo director de oficina se niega a conceder “porque no hay liquidez
en el sistema”. Con una rabia contenida que apenas logra disimular bajando la
mirada, frases sueltas de esa conversación dan vueltas en su cabeza: “En lo que
va de año hemos incrementado el 15 % de nuestras ventas,” “Brasil ha resultado
ser un destino muy interesante para nuestros productos, duplicando nuestras
ventas allí en el último mes,” “El año que viene tenemos planificada nuestra
primera incursión en Asia,” “Las
exportaciones suponen ya más del 60 % de nuestra facturación total.”
Con la marcha de estas
dos risueñas personas, nuestro protagonista vuelve a levantar la cabeza. De
pronto, por el rabillo del ojo, algo capta su atención. Es el titular del
periódico del día. En primera plana y con letras enormes se puede leer “Las
exportaciones españolas vuelven a marcar un récord histórico.” Perplejo, gira
la cabeza y su mirada se fija en la pantalla del televisor. Ahí está el
político de turno con su discurso grandilocuente y demagógico hablando de la
internacionalización de las empresas españolas y el buen futuro que augura a
esta actividad económica. Nervioso, mete la mano en el bolsillo y saca una
moneda. No tiene tiempo de esperar al cambio y se levanta de un salto del
taburete, dirigiéndose con rapidez hacia la salida. El camarero, boquiabierto,
lo ve salir con una energía que no le veía desde hacía muchísimo tiempo. El sol
ya ha hecho su aparición y uno de sus rayos le ilumina la cara. Pero el brillo
que se ve en sus ojos nada tiene que ver con esta inesperada luz. En su cabeza
las ideas se suceden a un millón de kilómetros por hora.
-¡Eso es!-se sorprende.-
¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¡Voy a internacionalizar la empresa!¡Voy a
exportar!
(Continuará)
Perdonadme que hoy esté algo más melodrámática y me haya
dado un poquito por la ficción. Pero, como dicen en las películas, esta ficción
está basada en hechos reales. Todos conocemos casos de empresarios que deciden así,
en la barra del bar, o en el patio del colegio cuando van a buscar a sus hijos,
o en la comida de los domingos, o comiéndose un sándwich delante del televisor,
que van a exportar. Son buenos empresarios que ven agobiados cómo se les acaban
las opciones para mantener a flote sus negocios, no saben qué más pueden hacer,
y entusiasmados por lo que oyen a sus conocidos, leen en la prensa o ven en la
televisión, inocentemente creen que exportando lo que no pueden vender aquí se
resolverán todos sus males. Pero no todo lo que reluce es oro, y tomar una
decisión estratégica y trascendental para muchas empresas de manera tan
improvisada y sin pensar ni saber bien dónde se están metiendo, puede tener
efectos catastróficos.
Espero poder seguir con la historia de nuestro empresario en
próximas entradas. ¿Acabará bien su historia, o terminará como una gran
tragedia?
Imágenes obtenidas en www.freedigitalphotos.net
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